jueves, 16 de julio de 2015

Un coro, dos coros, tres cooros...

Procedo de una familia donde la música coral digamos que es parte de su esencia. Mi padre ha sido director de coros durante casi cuarenta años de su vida, y eso lo llevas dentro. 


Me comentan siempre que cuando yo era pequeña, no tenía oído, no sabía entonar bien y él consiguió corregirlo, por eso ya desde muy temprano le estoy agradecida.

Con seis años ya estaba cantando en un escenario, y una de las partes más felices de mi vida corresponden a la etapa cantando en su Coro Infantil. Encima llegamos a ser buenos, muy buenos y eso si que se disfruta. Un gran trabajo detrás, claro, pero como en todo. Luego también canté en coros mixtos que dirigía.
La música coral es un tipo de afición a la que una vez que te enganchas es como un vicio, pero bueno. 
La sensación de cantar es algo difícil de explicar. Es como si el mundo se para, te olvidas de todo y te entregas a algo sumamente bello, emocionante, único. 
Supone formar parte de un conjunto que cuando suena hace que te eleves y de repente te encuentras sentado en una hermosa nube contemplando un bello mundo, poético, pero cierto.

Carlos Sampedro Artime dirigió un coro infantil, varios coros mixtos, un coro de voces graves e incluso un ochote. Tenía un don, conseguía hacer vibrar y brillar a los coros que dirigía. Tanto a los cantantes como a los escuchantes. Y ahora, visto desde lejos, te das cuenta de la calidad de todas las enseñanzas que transmitía y aprendías. 
Eran coros amateurs, de gente aficionada, donde un noventa por ciento no leía música y eso puedo asegurar que supone un gran esfuerzo y gran mértito en todos los sentidos.

Hace unos años decidió retirarse de este mundillo. Sobre todo cuando empezó un momento en el que el nivel de exigencia no estaba a la par de lo que esos grupos de gente demandaban y en realidad, podían dar. 
Ya no le respondían, no les interesaba y vió que a él tampoco. Era una lucha perdida. La mediocridad imperante. Es lo que toca. Ojalá cambie.

No hay comentarios: